Lo cierto es que no tenía intención de correr. Desde que salí del hospital he mantenido un cierto nivel de actividad física, digamos que salir tres días a la semana a razón de 10 kms por día y con la pastilla antivértigos en el bolsillos por si la cabeza se va de revoluciones. Es curioso esto de tener algo fuera de lo normal y no saber la causa. Más que curioso inquieta el no saber en que momento o bajo que circunstancias se puede repetir el chungo. Parece que no es grave y el médico no es que me haya desaconsejado correr, si no que insiste en la necesidad de hacerlo, si bien retomándolo de a poco. Bueno, es lo que estoy haciendo.
Durante estos días he estado desconectado del mundo de las carreras pero el Sábado un vecino me preguntó que si me iba a presentar a la carrera Liberty. Esa carrera multitudinaria de 10 Kms que se celebra en Madrid con salida y llegada en el Palacio de los Deportes y que he corrido las dos últimas ediciones. Le dije que ni me había enterado y le conté mi caso. El Palacio me queda a quince minutos de casa yendo al trote. Sí, demasiado cerca. La mañana del Domingo tenía previsto correr por la Fuente del Berro los diez kms de rigor y pensaba salir sobre las nueve y media. Sin embargo nada más despertarme y eso ocurrió a las ocho y cuarto, sentí la llamada de lo salvaje o de Filípides y en cierto modo también de lo irresponsable. Me puse el traje de carrerista y de incógnito fui al trote hasta la salida donde con diez minutos de antelación, llegué para hacer el rodaje acompañado de diez mil personas. Por supuesto sin dorsal. No le di mayor importancia a lo del dorsal.
Al principio cumplí los pronósticos en lo del rodaje y seis kilómetros más adelante me vine arriba e incluso me animé a poner un poco de ritmillo. Acabé en 50’12’’ razonablemente bien. Al cruzar el arco busqué una salida de tapadillo por una de las vallas donde nos juntamos en la calle Goya unos cuantos “sin dorsales”. Al salir del caudal humano de la carrera, en dos minutos y al doblar una esquina me encontré la calzada vacía como si nada hubiera ocurrido. Busqué un chino, me compré una botella de agua de litro y medio y un poco más tarde y cuando había dejado de sudar me metí a un bar y desayuné como un general. Supuesto que los generales desayunan como yo esta mañana.
Luego llegué a casa donde me estaba esperando la jefa. Tuve que dar algunas explicaciones. Pero esa ya es otra historia.